miércoles, 9 de noviembre de 2011

10 de Noviembre - Día de la Tradición


El día de la tradición

José Hernández

Hoy se recordamos el día de la tradición argentina, que evoca el nacimiento de José Hernández, el 10 de Noviembre de 1834, conocido popularmente por su gran poesía el “Martín Fierro”. Así de cortito puede ser el recuerdo de este gran hombre de nuestra historia, así de escuetas son las menciones que se hacen al respecto.

Cualquier libro de primaria dirá poco y nada de este personaje histórico, difícil será encontrar algo de su pensamiento político, de su pluma derramando tinta contra los centralistas porteños adueñados del poder, de su esencia patriótica, de su abnegado nacionalismo. No ocurrirá nada nuevo en la secundaria, más de lo mismo, alguna que otra mención, alguna que otra fecha.

Su obra todos la conocen, pocos la leyeron, y de estos últimos pocos la entendieron.

Históricamente podremos decir que se presentó el proyecto al senado de la nación en 1938 y aprobada por unanimidad según ley Nº 4756 / 39. En el año 1975 se promulga la ley Nº 21154, quien pone en vigencia a nivel Nacional, nuestro "Día de la Tradición"; declarándose también por razones obvias, a la Ciudad de San Martín como “Ciudad de la tradición”. Considerándola como la cuna de la tradición.

Más allá de los significados están las realidades, y es así que me encuentro en una encrucijada al percibir dualidades irreconciliables, esas que entendió claramente José Hernández y luchó toda su vida para zanjarlas.

Cuando pienso en tradición me veo con la necesidad de plantearme preguntas que desnudan una herida abierta allá por los inicios de nuestra nacionalidad y dejada a su suerte luego de Caseros y Pavón.

Para entender un poco esta historia conozcamos algo del pensamiento de José Hernández: Este gran periodista y político era Federal y enemigo acérrimo de Sarmiento.

Sí el “padre del aula”, el “inmortal”, que recomendaba al Presidente Mitre que: “No ahorre sangre de gauchos, es un abono que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.”, allá por 1861. Y la masacre comenzó sin miramientos, decenas de miles de gauchos fueron pasados a degüello, ante la deshonrosa retirada de Urquiza del frente de batalla.

Bien escondida la historia está que casi 150 años después poco se sabe de la batalla de Pavón, siendo que Urquiza la tenía ganada, inexplicablemente o no tanto, (¿pacto secreto, arreglo con los unitarios?, la cuestión que luego de esa derrota le dejaron gobernar su provincia sin inconvenientes), se retiró con sus mandos del frente, dejando al gauchaje a merced del ejército de Mitre, que vale la pena decirlo era un mediocre militar.

José Hernández era un federal que creía en sus raíces, que sentía que nuestra nación debía ser libre y soberana, que Mitre y Sarmiento estaban entregando al imperio británico, Francés, y al incipiente Norteamericano, todos los intereses nacionales que tanta sangre costaron en pos de una “necesaria” modernización.

José Hernández comprometido con su identidad nos legó una historia real, cruda, inmoral, la historia de la eliminación de las raíces que perdura hasta nuestros días, colonizada hoy culturalmente por la Europa y los Estados Unidos de Sarmiento.

Describe como vivía el gaucho de otrora, como fue maltratado y humillado, como fue mandado a combatir al indio, o a hermanos como los paraguayos en la absurda matanza de la guerra de la triple alianza. Un gaucho despreciado por los porteños, carne de cañón en guerras fratricidas, vida que había que arrancar de raíz, para que no se multiplicara.

Este, señores era José Hernández, el que defendió como pudo la auténtica argentinidad, la que venía de adentro y no de afuera como se empeñaba en aquel entonces construir.

"La frontera, decíamos debe ser guardada por tropas de líneas, organizadas por medio de enganche. Este es el medio legítimo de custodiarlas y de su adopción no se resiente ningún principio, no se afecta derecho alguno."
"Los ejércitos de fronteras no sólo deben tener armas: deben estar además munidos de instrumentos de trabajo".
"No sólo deben salvar a la campaña de las invasiones de los indios sino que deben fructificar la tierra que pueblan, apropiándola a su existencia y bienestar.
Ofrezca el gobierno esas ventajas positivas y no le faltarán brazos que contraer a la defensa y a la colonización de las fronteras. Si nuestros gauchos, si los que vagan hoy sin ocupación y sin trabajo obtienen además del salario correspondiente un pedazo de tierra para improvisar en él su habitación y los instrumentos necesarios, se le liga más y más a la defensa de la línea fronteriza, porque ya no serán sólo los intereses extraños los que ampararía sino sus propios intereses.
La experiencia ha demostrado el absurdo de las combinaciones hasta hay adoptadas para arrebatar a los indios el señorío del desierto.
La idea de llevarles una guerra ofensiva para exterminarlos, que algunos han emitido en la prensa y hasta en opúsculos que se han impreso bajo la protección oficial, no ha dado los resultados con que soñaban los autores. Y decimos felizmente, porque si eso hubiese tenido lugar habría sido para mengua de nuestros gobiernos, que no habrían descubierto un medio más en armonía con nuestros sentimientos humanitarios y cristianos de neutralizar el mal y hacer al salvaje mismo partícipe de los beneficios de la civilización.
Nosotros no tenemos el derecho de expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo puede dar los derechos que se deriven de ella misma"

(Pagés Larraya, ibid., p. 206 ss).

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