domingo, 10 de febrero de 2013

CONTINÚA EL GENOCIDIO EN IRAK CON LA VISTA GORDA DE TODO EL MUNDO



Porque comparto la indignación de mucha gente por el brutal genocidio geopolítico que los militares occidentales (EE.UU, U.K, ONU, OTAN) están realizando en Medio Oriente, presento un texto desolador sobre la realidad en Irak. Nos compete a todos, pues el veneno radioactivo del Uranio Empobrecido que los invasores imperialistas están arrojando en Irak, contamina de cáncer a todo el planeta.

El presente texto es por la memoria de los MILLONES de civiles iraquíes y afganos (mujeres, niños, ancianos, jóvenes) injustamente asesinados por el genocidio totalitario fascista-terrorista de los occidentales, cuyo último atroz objetivo es la matanza en masa y despoblamiento a nivel global para el saqueo y control de recursos naturales como el petróleo y el opio, en el plan demencial de formar el global Cuarto Reich.

“Aquellos que pueden hacerte creer cosas absurdas, son también capaces de hacer que cometas atrocidades” (François-Marie Arout, -Voltaire-)

Creo profundamente que el deber de todo analista es, con lo mejor de sí mismo que pueda ofrecer, recoger, iluminar los lugares a menudo oscuros, actuar como voz de todos aquellos cuya propia voz, temores y penosas situaciones no pueden ser escuchados ni conocidos. Cuando una intenta escribir sobre emociones, tiene en ocasiones la sensación de tocar una especie de anatema y de que se trata, en cualquier caso, de una redundancia. El objetivo es tratar de llamar la atención sobre las injusticias, no lloriquear sobre los efectos que puedan tener y, de todas formas, la vida privada debería ser sólo eso. Si los políticos desean despojarse de su dignidad y aludir a cualquier aspecto, desde su vida sexual a la utilización de sus conflictos privados para conseguir un voto de simpatía, los seres con una pizca de dignidad no desean en absoluto emularles. Aquí estoy rompiendo uno de mis tabúes y tengo una razón para hacerlo así.

Durante las últimas semanas he investigado a fondo de nuevo las atrocidades de la invasión de Iraq, desenterrando lo inconcebible, amordazando mis emociones y leyendo sobre terror, tortura, monstruosas perversidades, una palabra repugnante tras otra palabra repugnante. Fui esvelando y sondeando la profundidad de las más oscuras depravaciones sobre otros seres por parte de algúna “alimaña”. En efecto, el padre o la madre de algún crío que es capaz de disparar contra los niños y los bebés de otros, a sangre fría, de pasarles por encima con sus tanques, de dejar que los perros callejeros se coman sus tristes restos.
No entiendo como las mismas tropas estadounidenses siguen incinerado a seres humanos, disparando, encarcelando, torturando. Tienen que haber en el mundo alguien que pueda contemplar, identificar, enterrar con amor y respeto, o, en el caso del personal sanitario, fotografiar cuidadosamente y anotar la hora, el lugar del hallazgo, y después numerarlos, envolverlos y conservarlos antes de enterrarlos, confiando en que algún familiar reclame los restos carbonizados, mutilados o algo peor, es un deber para todos aquellos que puedan tener algún tipo de “voz” en los países responsables (EEUU y el Reino Unido) de este primer genocidio del siglo XXI, atraer la atención sobre el mismo, en recuerdo y en tributo de todas sus innumerables víctimas sin voz y sin nombre, con la esperanza de que finalmente pueda enjuiciarse tanto horror.

Uno siente que la compasión lo inunda todo: los cuerpos y caras quemadas imposibles de reconocer, los eviscerados, todos ellos con los ojos mirándonos aún fijamente como en una desesperada y silenciosa súplica de ayuda, mezclada con el desconcierto más absoluto. “Tenemos a esos cabronazos bajo control”, escribió un marine en su pagina en Internet. “Les iluminamos”, escribió otro, mientras muchos toman las fotografías de todas esas almas perdidas.

Y, al igual que viene ocurriendo desde 1991, esta es también una guerra contra los no natos, contra los recién nacidos y los menores de cinco años. Después de los cadáveres y los escombros, de tanta sangre, de tantos miembros amputados, ahora vienen las deformidades. La vida apenas alentada, nacida sin ojos, sin cerebro, con un ojo de cíclope, sin cabeza, con dos cabezas, sin miembros, sin dedos o con demasiados. Una tierra bíblica convertida en armagedón genético y ecológico para las generaciones presentes y futuras hasta el final de los tiempos. “Misión cumplida”, dijo George W. Bush, con su patético traje de pocos vuelos sobre el portaviones USS Abraham Lincoln aquel 1 de mayo de 2003. “¡Que reine la libertad!”, garabateó, después de las primeras “elecciones” corruptas, asesinas y plagadas de cadáveres. Es decir: “¡Que empiece el genocidio!”.

Mientras leía, escuché a la flor y nata de los diversos órganos legales mundiales discutir sobre si habría que “clasificar” como genocidio los hechos del Congo y Ruanda. En julio de 2004, cuando las tropas estadounidenses se entrenaban para perpetrar la masacre de Faluya en el mes de noviembre, la Cámara de Representantes estadounidenses aprobó una resolución unánime que llamaba “genocidio” a la tragedia de Darfur. Incluso se le pidió a esa administración que considerara la posibilidad de llevar a cabo una acción “multilateral o incluso unilateral” para poner fin a aquel genocidio. Se postulaba que mostrarse renuente a adoptar medidas preventivas para impedir más pérdidas de vidas humanas sería algo “criminal”.

En nuestra época, al parecer, los genocidios sólo los cometen los africanos o los europeos orientales, no esos grandes bastiones de la democracia que son EEUU y el Reino Unido y la única democracia en el Oriente Medio: el aliado Israel. El ejército israelí entrenó a las tropas de EEUU durante las dos semanas que duró el pogromo de Faluya en noviembre de 2004. “Si algo se mueve, dispara”, era la orden del día. Como en el caso de las dos guerras mundiales, como en la de Corea, como en la de Vietnam, la cara de la liberación no cambia nunca.

“Sus tácticas implican básicamente todo el potencial posible de fuego masivo. Acarreado en tanques y helicópteros para lanzarlos contra los objetivos… demoliendo edificios, colocando francotiradores en las azoteas, abriendo agujeros en los muros y disparando contra todo lo que se movía”. Esto añadido a: “… bombardeos aéreos y fuego de artillería desde enormes cañones de campaña”. La trágica experiencia de Faluya “no fue completamente comprendida en Occidente, salvo por algunos de los supervivientes del Gueto de Varsovia… estaban atrapados como los conejos de un campo de maíz que se ven rodeados, abatidos y desmembrados por la acción combinada de varias cosechadoras”. Las fotografías dan testimonio de la escalofriante descripción. Héroes no reconocidos fueron quienes decidieron grabarlo para que en algún momento, en algún lugar, se conocieran los crímenes y se impusiera el castigo legal. Esas terribles y patéticas imágenes son la prueba silenciosa del primer genocidio conocido de Occidente en el siglo XXI. Por desgracia, tenemos casi la certeza de que Iraq y Afganistán, con el tiempo, aportarán pruebas de más genocidios.

Durante los años del embargo, en el tiempo del genocidio silencioso que duró casi trece años a partir del embargo de Naciones Unidas impuesto por EEUU y Gran Bretaña, años en los que se prohibió que entrara todo lo necesario para mantener los fundamentos de la vida, con los niños muriendo por “causas relacionadas con el embargo” a una media de seis mil al mes, nadie hablo sobre la confusión ante el espanto de la situación.

Al mirar a través de las fotografías, al leer sobre las casi incomprensibles profundidades de sádica destrucción de seres humanos, los hombres y mujeres de uniforme siguen sin sentir el más minimo respeto por nada, ni nadie.

El pueblo de Iraq, con sus hogares y jardines, sus huertos frutales, sus palmerales o sus vibrantes macetas en balcones o azoteas, todo destruido; los palestinos, sufriendo la misma terrible situación durante sesenta y dos interminables años ya; el pueblo de Afganistán, con sus pueblos, sus aromáticos huertos y jardines de flores y albaricoqueros arrasados, vive una pesadilla de la que no consiguen despertar.

Pensar en aquellos niños que ayer disfrutaron un bello jardín. De la abundancia de flores, llenas de color, en numerosos tonos. Y en esos soldados estadounidenses disparándole a las flores. ¿Por qué hay soldados disparándole a las flores? Todos los niños que han vivido que los estadounidenses sólo significan odio, temor y privaciones saben a que me refiero.

Como Pakistán, Irán, Yemen, Somalia son ahora los lugares bajo el ojo del huracán imperial, es sin duda necesario fijar un precedente que sirva de advertencia a los dirigentes con malas intenciones. El Dr. Gideon Polya, cuyos trabajos hacen hincapié en las muertes excesivas que desde 1950 están provocando las invasiones, afirma que en Afganistán: “La tasa anual de muerte es de un 7% para los menores de cinco años, mientras que en la Polonia ocupada por los nazis fue del 4% y del 5% entre los judíos franceses en la Francia ocupada”. (Una comparación de lo que el genocidio Nazi y de EEUU provocan)

Estados Unidos y Gran Bretaña, cuyos dirigentes no dejan de bramar sobre los peligros del más reciente de los “Hitler” en los países que están planeando diezmar, han superado, y con creces, a los nazis.

El mundo debe reflexionar sobre estas cuestiones, todo país ajeno a esta realidad que vive Irak que tenga voz y voto en la ONU y no se levante contra estas horrendas y satanicas invasiones no seran más que complices en mayor o menor grado.

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